Aquella puñetera época.
Que había que confesar.
Las veces que la tocabas
a la hora de mear
Las reglas eran estrictas
una cosa exagerada.
Cogerla con dos dedos,
nunca la mano cerrada.
La cosa era difícil.
El esfuerzo sobrehumano,
Si la tenías encogida,
necesitabas dos manos.
El cura con su sermón,
y cantando el aleluya.
Uno pecando al coger,
una cosa que era tuya.
Siempre espiando al cura,
en la noche y la mañana.
¿Cómo coño la sacaba?
Debajo de la sotana.
El vino que se bebía,
se debía evaporar.
Dos años de monaguillo,
y nunca le vi mear.
Hasta llegué a pensar,
que el cura no tenía pito.
Y meaba como las viejas,
agachándose un poquito.
Recé muchos padrenuestros,
y miles de avemarías.
Castigos por no usar bien,
esas cosas que eran mías.
Al final desesperado,
y sin poder aguantar.
Le daba unos meneos,
al terminar de mear.
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