Nunca hubiera imaginado,
que siempre me acordaría.
De los guisos de mi madre,
a la hora de la comida.
Pongo la televisión,
veo, cocinas impresionantes.
Con cincuenta mil cacharros,
lo que no tenían antes.
Miro los cocineros,
todos vestidos de gala.
Esos nunca trabajaron,
con un pico ni una pala.
No era buena cocinará,
improvisación si tenía.
Al carecer de productos,
al preparar la comida.
Con una lumbre en el suelo,
un pote allí arrimado.
Valía para hacer un cocido,
un frito o un guisado
que se fuera calentando.
Luego añadía a ese pote,
aquello que iba pillando.
Daba igual unos garbanzos,
qué judías o lentejas.
Su comida salía buena.
Ella no admitía quejas.
Si algo quedaba duro,
nunca se iba a tirar.
Otra vez iba al pote
valía para cenar.
valía para cenar.
Si ahora viera estos platos
dicen de comida fina.
Por supuesto que diría,
Eso es mierda de gallina
Con esos platos tan grandes,
con porciones tan pequeñas.
Mandaría a los cocineros,
que fueran a partir leña.
A las mujeres de antes,
yo les rindo un homenaje.
Criaban a muchos hijos,
con guisados y potaje.
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